sábado, 16 de junio de 2007

ABORTO Y MORAL

I
Toda la polémica al respecto de este tema nace de premisas preestablecidas pero que no cuentan con respaldo real de los hechos. Los argumentos a favor o en contra se fundan en supuestos y en apreciaciones personales. ¿Cuándo comienza la vida? La discusión a este respecto nos sumerge en un mundo surrealista y fantástico donde se exponen las más variadas opiniones, en las cuales destacan las de la Iglesia Católica, las que, según la institución, son las única aceptables; todos los demás carecemos de derecho de opinar al respecto, pues si no estamos de acuerdo con ellos, somos “asesinos”, “enemigos de la vida”, “destructores de la familia y la sociedad”, etc. Claro que esto no extraña a nadie. Así ha actuado la Iglesia durante toda su existencia. Repito; ¿cuándo comienza la vida? La pregunta es falaz. La vida no comienza en ningún momento específico; simplemente está presente en todo organismo por el solo hecho de existir, es una “línea continua”, un hilo que no puede cortarse ni dimensionarse. Ahora bien, la disyuntiva aquí es referida a la vida humana específicamente. ¿Es en la fecundación, en la formación del embrión, del feto, cuando podemos considerar “humano” dicho organismo? Me parece completamente ocioso discutir sobre este punto. Porque si nos ponemos extremistas al respecto, podemos decir que incluso los espermatozoides son organismos vivos pues transportan el código de una vida humana, por lo tanto, como en el coito se derraman millones de estos organismos y solo uno, por lo general, logra su objetivo, pereciendo todos los demás, cada vez que copulamos somos responsable de un auténtico genocidio espermático. Y ni que hablar de los onanistas... El enfoque del problema es equivocado y absurdo. Nada sacamos con tratar de dilucidar un asunto que no tiene solución pues, finalmente, es cuestión de opiniones. Y en materia legal, cuando el problema cae en éste ámbito, la solución a dicho problema queda al arbitrio de los individuos. Esto, obviamente, es impensable parta la religión que, a pesar de sus propias creencias, niega a los individuos todo arbitrio considerando que lo que ellas establecen es “ley divina” y, por tanto, incuestionable. El aborto representa, sin duda, un problema de orden social, pero no moral. En otras oportunidades he expuesto mis ideas sobre la moral, considerándolas únicamente como ciertos códigos necesarios para la buena organización de una sociedad de acuerdo a circunstancias específicas. Las religiones, en cambio, establecen códigos rajatabla, eternos por ser de carácter “divino”, lo que es un atentado a la vida misma, pues se opone al cambio esencial intrínseco a la existencia. La decisión del aborto debe, por lo antes dicho, ser decisión de los gestores. Considero perfectamente legítimo que una mujer violada se niegue a llevar adelante un embarazo forzado. También es legítimo cuando la vida de la madre esté en riesgo vital o cuando la criatura muestre señales de daños orgánicos que le significarán una vida miserable. En mi opinión me parece mucho más benigno detener el embarazo de un feto con malformaciones impeditivas, que permitirle el nacimiento hacia una vida que le ha de resultar frustrante. Donde el problema adquiere otro carácter es cuando el aborto es utilizado como recurso anticonceptivo, es decir, sin una justificación social, sino simplemente como un medio de evitar una obligación, a consecuencia de haber actuado con irresponsabilidad previa, en especial cuando existen múltiples y eficaces medios anticoncepcionales. Esto puede traer por consecuencia una mayor falta de responsabilidad de parte de los individuos. Pero aunque la ley lo prohíba no significa que no se hará: muy por el contrario, los hechos demuestran que las prohibiciones no hacen más que generar los medios más inadecuados y perniciosos, con más graves consecuencias aún que la libertad al respecto, que lo permite, en último término, con cierta regimentación. Finalmente, todos estos alardes “pro-vida” de la Iglesia no son sino una cursilería reprochable, especialmente por la hipocresía implícita en ello. Porque durante siglos esa misma Iglesia justificó el asesinato de cientos de miles de personas por el hecho de pensar distinto. Ahora, haciendo alardes histéricos, intentan hacernos creer que tiene una preocupación auténtica que en los doce o trece siglos anteriores no demostró en lo más mínimo. Y a ello hay que agregar un hecho importante: todas las doctrinas creadas por la Iglesia para justificar el homicidio y la tortura “en defensa de la fe” siguen vigentes; nunca han sido derogados oficialmente. Jamás la Iglesia ha renegado oficialmente de su pasado; cuando mucho ha hecho algunas manifestaciones impúdicas de perdón, pero sin acompañarla de hechos o disposiciones claras y evidentes de renegar, en forma total y definitiva, de cualquier medio que atente contra la vida y la libertad de los individuos. ¿Por qué deberíamos creer en las palabras de una Iglesia que, en el pasado, ha demostrado no tener casi ninguna validez? ¿Cuántas veces no modificó sus criterios porque así le convenía, cometiendo o permitiendo se cometieran crímenes imperdonables? La lista de casos es larga y cualquiera que tenga algún conocimiento de la historia del catolicismo -y de las religiones en general- las conoce de sobra. Por estas razones considero que la Iglesia Católica -y las religiones en general-, carecen de calidad moral e intelectual para imponer sus criterios como si fueran la única verdad aceptable. Y estos temas, en realidad, parecen ser recursos mediáticos para mantener una presencia que, día con día, resulta menos convincente y se toma poco en cuenta.

II
El proyecto presentado por parlamentarios de la izquierda que persigue legalizar el aborto en Chile representa un avance sustancial en el establecimiento de los más básicos derechos a la libertad de decisión, no solo de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto. Ello, porque enfrenta con claridad los tres aspectos esenciales que conforman la base de la problemática de este asunto, sin duda trágico, pero necesario de resolver de una vez por todas.El primero se refiere a las ociosas discrepancias entre "moralistas" y "científicos" respecto del momento en que se gestaría la vida. Y decimos "ociosa", ya que, al no haber argumentos sólidos ni concretos por ninguna de las partes, el asunto no pasa de ser "materia de opinión" y, al entrar en dicha categoría, la ley no puede hacer prevalecer una opinión sobre las demás, pues aquello constituye un "abuso de poder" y una flagrante violación de los Derechos Humanos y de la Libertad Individual. Derecho tienen todos a sustentar una opinión al respecto y ser consecuente con ella, pero no pueden buscar imponer sus criterios a toda una sociedad cuando parte importante de ella discrepa de dichos criterios. Por lo demás, no es función de las leyes hacer prevalecer opiniones ni intentar modificar las costumbres; tal como lo estableciera Montesquieu hace ya varios siglos, la función de la ley es "sancionar la tradición", es decir, darle un ordenamiento juridico a las acciones sociales para evitar los abusos y las desviaciones indeseables y perjudiciales. Y esto tiene directa relación con el segundo punto a analizar, y es la realidad del problema del aborto en Chile: más de 160.000 al año, con el trágico antecedente que, un alto porcentaje de las mujeres que se lo practica en forma clandestina, un 12% que equivale a casi 20.000, muere a consecuencia de esta práctica. Esto hace que la posición intransigente de algunos, por motivos doctrinales en la mayoría de los casos, que se opone a legislar sobre esta materia y no quiere ver una realidad trágica y palpable, y prefieriendo mantener una "ilusión ideal" bajo la cual esconder una realidad mortal, se convierta en cómplice de una verdadera "masacre", lo que resulta inaceptable. El actual proyecto de ley, que aún no ingresa a discusión, busca compatibilizar todas las opiniones, a la vez que intenta dar una solución al drama que implica esta realidad incuestionable. Por ello es que establece el derecho de las mujeres al aborto dentro del límite de las primeras 12 semanas de embarazo, salvo en los casos que éste implique un riesgo a la salud de la mujer, o cuando sea consecuencia de una violación, en cuya ciscunstancia el aborto podría practicarse en cualquier momento. Contrariamente a la sensación que quieren dar los intolerantes en este aspecto, que las mujeres que abortan son criminales y están felicies de tomar tal decisión, no cabe la menor duda que llegar a tal situación constituye un drama personal y humano de magnitud. Ninguna mujer ha de sentirse feliz de tomar tal determinación y si lo hace es debido a la evaluación personal y privada, a la cual tiene pleno derecho, respecto de su futuro como madre y de la criatura. Y tal decisión no puede ser cuestionada en forma tan liviana y despreciable como se ha planteado hasta ahora, con la intención de estigmatizar a quienes, enfrentadas a tan importante disyuntiva, optan por lo que consideran más adecuado.La importancia que tiene el apoyar esta iniciativa va, incluso, más allá de la iniciativa misma, pues establecería, de una vez por todas, el precedente necesario en toda sociedad democratica, de otorgar las libertades adecuadas a los individuos en lo que se refiere a su vida personal e íntima, erradicando de una vez por todas los intentos de grupos ideológicos que quieren establecer sus criterios doctrinales a como dé lugar, y aún a costa de la tragedia de muchos, convencidos que su "verdad" es la única que tiene derecho a existir.Una sociedad que no tiene amplitud de criterio carece de moral.

lunes, 4 de junio de 2007

Relativismo moral

¿Puede haber "relativismo moral" en una sociedad bien constituida? ¿Qué significa, realmente, el "relativismo moral"? ¿Constituye algo tan perverso como lo expresan los religiosos? Pero, ¿qué es el "relativismo"? Lo relativo es contrario a lo permanente y yo pregunto ¿qué es permanente en la vida?
Pero, que hay "relativismo moral", lo hay. ¿En qué consiste? Les daré algunos ejemplos:
- Es "relativismo moral" cuando una institución proclama como uno de sus más venerados principios el "amor al prójimo" por una parte, y por la otra persigue, tortura y asesina a todos los que no aceptan sus designios.
- Es "relativismo moral" cuando una institución que dice que todos gozamos de "libre albedrío" busca todos los medios para impedir que hagamos uso de él.
- Es "relativismo moral" cuando una institución declara que todo en la Naturaleza es "obra de Dios" y luego considera que gran parte de ella es "fuente de pecado". En fin...
Pero, ¡cuidado! El "relativismo moral" no es propio de las sociedades, sino de los grupos de poder. Las sociedades jamás son "relativas" (en el sentido negativo del término) en su organización pues eso sería completamente estúpido. Históricamente, las sociedades "se acomodan" moralmente a las normas que mejor le permiten su supervivencia, y las modifican si es necesario. Y es a este sano proceso al que las religiones denominan "perversión del relativismo", cuando lo realmente pervertido es, precisamente, lo contrtario, es decir, el intentar sostener en el tiempo un solo criterio absoluto, lo que va en contra de toda realidad y cordura.
Pero, ¿cuales son los aspectos de esa "relatividad moral" que le preocupa a las religiones? En realidad, ninguno específicamente. Lo que le preocupa es que prácticamente todos los elementos doctrinales que le servían para dominar "moralmente" a las sociedades se les han derrumbado uno tras otro, demostrando que, cuando se trata de salvaguardar la sociedad, lo práctico prima por sobre lo doctrinal.
El divorcio, el aborto, la liberalidad sexual, etc., todo ello configura una nueva visión del mundo y de la vida que significa, claramente, que las religiones no tienen nada más que hacer. Su lucha, hoy día, no es para defender principios, como ellos lo plantean, sino para conservar su cuota de poder. Sus doctrinas carecen ya de sentido para una sociedad que ha elejido el camino de la ciencia, la razón y la naturaleza.
Lo que las religiones llaman "relativismo moral" no es un mal, una perversión del sistema, sino todo lo contrario: es la necesidad fundamental de toda sociedad, en su desarrollo, con la finalidad de no quedarse estrancada en un hito, como sucedió durante la Edad Media, mil años en los cuales, debido a la imposición de la Iglesia Católica, la sociedad europea no avanzó un solo milímetro, intelectualmente hablando, y retrocedió, en cambio, casi a la edad de piedra, moralmente hablando, perdiéndose todo el avance logrado por griegos y romanos.
Así que cuando los religiosos nos lancen como una bofetada aquello que somos "relativistas morales", nosotros debemos tomarlo como un halago, porque lo es. Nos están diciendo que somos capaces de mantener nuestra mente abierta, amplitud de criterio, que somos capaces de modificar nuestra conducta ante las eventualidades y que gozamos de la fortaleza y ductilidad suficiente para avanzar de la mano con la vida. Ellos, en cambio, adoran el estancamiento y el inmovilismo, ya sea por flojera o cobardía, sin darse cuenta que todo estancamiento ha de terminar en corrupción y podredumbre.
Algo es realmente inmoral cuando se opone a las necesidades reales de la mayoría.

jueves, 5 de abril de 2007

SI DIOS NO EXISTE...

“Si dios no existe, todo está permitido…”
Dostoievski era un tipo abrumado por el sentimiento de culpa. Perseguía su propia redención a través de la literatura, en la que volcaba, por medio de sus personajes, las diversas facetas de su propia existencia: el vicioso, el jugador, el libidinoso, etc. Y los hacía perecer o arrepentirse como una forma de encontrar respuesta a su persistente interrogante, o para obtener algún tipo de paz espiritual.
Pero fracasó.
Posteriormente, J. P. Sartre aprovecha la frase del ruso para determinar el relativismo de la sociedad y la vida. El existencialismo materialista que este filósofo construye se asienta sobre bases demasiado trémulas, casi inexistentes, pues dependen de que una parte de la humanidad no crea en ellas. Para Sartre la vida no tiene sentido alguno en razón a que no hay dioses ni vida ultraterrena ni alma inmortal, lo que, finalmente, es una declaración en su propia contra, pues según su propio pensamiento es “necesaria” la existencia de dioses y alma inmortal para que la vida adquiera “sentido”.
Pero también fracasó.
Muchos otros pensadores, seudo pensadores y completos estúpidos, se han apoyado en la famosa frase para justificar lo injustificable, para confirmarse a sí mismos un sentido de la vida de acuerdo a sus egoístas intereses. “Si no hay dioses, entonces puedo yo convertirme en uno”, es lo que se lee entre líneas, puesto que estos tipos se autoproclaman “superiores” por el simple hecho de ser capaces de asesinar a sus semejantes sin sentir culpa.
Pero, ¿no era lo mismo lo que hacían –y hacen- las religiones, acudiendo precisamente al concepto contrario, lo que llevó a Voltaire a gritar: “¡Dios mío, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”?
Esta forma de pensamiento encierra una falacia profunda y, lo peor, estúpida. Se parte de la premisa que solo un dios o una religión es capaz de encauzar correctamente los actos humanos, lo que es, histórica e intelectualmente, falso. Los criminales no necesitan dioses, aunque se apoyan en ellos con frecuencia para justificar sus crímenes.
En otro artículo, donde planteo una breve opción a una ética atea, hago notar que las creencias son innecesarias para la existencia de una moral verdadera, pues ésta depende de ciertas relaciones fijas establecidas por la naturaleza de las cosas. Todo individuo depende de ciertos “ambientes” en los cuales debe asumir ciertos “roles”. La sociedad, la familia, el trabajo, etc., cada uno de estos ambientes requiere de normas que le permitan su más óptimo desarrollo. “Descubrir” y aplicar esas normas es lo importante; el “inventarlas” resulta tremendamente perjudicial pues el invento es una decisión individual y arbitraria.
Los monoteísmos son, éticamente hablando, completamente antinaturales, tanto por el hecho de querer reducir a la unicidad la multiplicidad natural, como por negar la naturaleza misma del hombre. Mientras la naturaleza impulsa al hombre a huir del dolor y perseguir el placer, estas religiones plantean todo lo contrario; consideran el placer un mal y el dolor una forma de redención. Desde una perspectiva siquiátrica, esto revela un trastorno sadomasoquista, una enfermedad mental y moral.
Si dios no existe, todo está permitido… Y si existe, está permitido todo lo que sus “representantes” consideren “necesario”. Y, finalmente, quedamos donde mismo. Esta pirueta intelectual, manoseada por muchos intelectuales trasnochados, es una simple tontería sin ningún sentido ni validez.
La verdad es muy distinta: en realidad, la naturaleza nos dice que “todo está permitido”, pero hay cosas que revisten “peligro” para el hombre y la naturaleza misma. Por supuesto que está en nuestro poder el decidir “hacer lo que nos venga en gana” o “hacer lo que debemos” de acuerdo a lo que la razón y la sensatez nos indican. La existencia de dioses no ha variado esto en un ápice, salvo quizás en un sentido negativo.
Digan lo que digan las creencias, los seres humanos terminan siempre organizando la vida de acuerdo a las necesidades y, especialmente, en busca del placer huyendo del dolor, cuestión contraria a todo idealismo cuya exigencia primordial es, precisamente, la pérdida de la autodeterminación, indicando un camino único y unívoco. Al no someterse, entonces los individuos son reos del pecado y la culpa.
El ateísmo busca una opción diferente, una alternativa que, sin acudir al terror ni a la prohibición, promueva entre los hombres una visión racionalista y sensata de la vida. De nada nos sirve una creencia, ni los fuegos eternos, ni las promesas celestiales, si no logramos crear la VOLUNTAD de una ética compatible con la realidad. El terror y la prohibición han demostrado su ineficacia. En cambio, cuando las sociedades se organizan en base al “sentido común” –nunca antes mejor expresado-, las probabilidades de lograr la paz social y la satisfacción individual constituye una posibilidad cierta.
Lo que resulta inaceptable es que, contrariamente a lo que impulsan los hechos naturales, nos veamos obligados a someternos a directrices “inventadas” por algunos para su propio beneficio. Ellos buscan atemorizar a los débiles morales y mentales anunciando el “caos” si no se siguen “sus normas”. Pero la verdad es que, a todas vistas, son ellos los que han implantado el caos con sus intransigencias, persecuciones y rigideces.
La Libertad constituye, entonces, en bien más preciado de la vida, pues es el ambiente que le permite desarrollarse en directa relación con los hechos, construyendo el mejor futuro posible, en contra de los “ideales” que, persiguiendo un “futuro perfecto”, crean un “presente insoportable”.

miércoles, 4 de abril de 2007

LAS IMÁGENES DEL ESCÁNDALO

En el año 2003, apareció el catálogo “Sanctorum" del fotógrafo Montoya con imágenes de alto contenido erótico en referencia a personajes y situaciones de la religión católica. Pocos le prestaron atención y, de no haber sido por la furiosa arremetida de la Iglesia en su contra, habrían pasado casi desapercibidas.
Algunas de estas imágenes tienen algún valor artístico, aunque la originalidad no es mucha. Otras de ellas me parecen vulgares y de mal gusto. Existen otras experiencias en que se mezclaron elementos religiosos y eróticos sin que despertaran mayor revuelo. Basta con hurgar en las obras de Renacimiento para encontrar muchas imágenes de la Virgen María donde muestra uno o los dos senos. Claro que entonces los artistas no hacían sino burlar a la religión, plasmando en las figuras de Jesús y María los atributos de Venus y Cupido, en una de las falsificaciones más notables de la historia del arte.
Pero ahora existe una sensibilidad especial sobre el tema, en especial por la necesidad de la ICAR por esconder la podredumbre de la pedofilia que la ha cubierto de ignominia. Así que este asunto le viene al dedillo para esconder el problema de fondo, tapándolo con un asunto que, en mi opinión, no reviste mayor importancia.
Si Cristo tuvo o no erecciones es algo me parece irrelevante y que le parecería así al propio Cristo. Porque el problema de este asunto no está en Cristo ni el cristianismo, sino en la opinión de algunos anacoretas y teólogos medio dementes (Evagrio, Tertuliano, Evaristo, San Agustín, Clemente de Alejandría, etc.) que vociferaron en contra de la sexualidad desde muy temprano y lograron imponer un criterio puramente sexista en toda la religión, la que, pisando el palito, se metió en un atolladero del cual no tiene la menor idea de cómo salir. Incluso las traducciones de los textos, desde los tiempos de Ireneo -quien construyó la actual Biblia-, modificaron expresamente términos que podrían "mal interpretarse" como, por ejemplo, traduciendo como "virgen", la palabra aramea que significa "jovencita".
Quienes como yo conozcan la historia de la Iglesia Católica no podrán negar que es una sucesión de crímenes y degeneraciones dignas de Ripley. Y no les pido que lean a Rodríguez u otros autores contrarios a la doctrina; los remito a dos autores ultra católicos, como fueron Emilio Castelar (Historia de la Revolución Religiosa) y a Marcelino Menéndez y Pelayo (Historia de los Heterodoxos de España). Encontrarán en estos trabajos todo lo que necesitan para demostrar la degeneración endémica de una religión prostituida desde el principio, expresado por dos de sus más furibundos defensores.
Pero creo que estamos sobrepasando todas las medidas de la razón y el sentido común (el menos común de los sentidos, según Oscar Wilde).
El escándalo propiciado por la iglesia en contra de unas imágenes, cuya relevancia me parece bastante poco importante -puedo apostar que una vez pasado el escándalo pocos recordarán al señor Montoya y su "affaire"-, viene a demostrar la absoluta decadencia de su "fondo" y la necesidad de sostenerse por la pura "forma", tal como le sucede al islamismo y, en gran medida al judaísmo. La pérdida del poder político es algo que no pueden tolerar y aprovechan toda oportunidad para recuperar en alguna medida dicho poder.
Quienes piensan que con estas manifestaciones "seudoartísticas" le hacen un favor al libre pensamiento y la lucha del ateísmo, están equivocados; simplemente le están dando leña a quienes nos quieren incinerar. Todos estos alardes de "liberalismo laico" solo sirven para que estos grupos de poder político, que nada más es la ICAR y los musulmanes actualmente, consigan resoluciones dentro de la ONU que persiguen retrotraernos a la Edad Media.
No es en el campo de la difamación o la burla soez donde los ateos tenemos que librar nuestra batalla; ésta debe realizarse en el honorable y sensato campo de la razón. Aquellos que creen que estas manifestaciones ayudan a nuestra causa están completamente equivocados y multitud de ejemplos en la historia me dan la razón.
Reconozco que la burla y el chiste son grandes aliados en la lucha contra los imbéciles y los tontos graves, pero el desprecio y el insulto terminan siendo siempre un cuchillo de doble filo.
Por otra parte, espero ansioso el anunciado libro donde, según el Papa, se "demuestra" la divinidad de Jesús. Al respecto solo puedo decir de antemano, que me parece desde ya esclarecedor que, después de dos mil años, recién se decidan a dar a conocer tales argumentos...

viernes, 23 de marzo de 2007

Sociedad y Sexo

Aunque he dedicado mucho tiempo a buscar las razones que justifiquen las normas morales existentes en relación al sexo, no he podido encontrar ni un solo argumento a favor y sí muchos en contra. Las preguntas esenciales aquí son muchas y de variada índole y, lo que lo hace aún más complejo, terminan derivando a áreas anexas y extendiéndose por prácticamente todos los aspectos sociales. Esto nos dice que la raíz del problema es mucho más profunda de lo que podemos imaginar y que toda esta vigorosa estratagema se ha convertido en una especie de cáncer maligno que ha infestado todo el organismo social y humano. Sin embargo, como es imposible exponer todos los aspectos en este sencillo trabajo, nos abocaremos exclusivamente a los referentes al tema, aunque sin duda cada cual podrá descubrir sus extensiones.
¿Qué tiene de malo el sexo? Esta es la pregunta inicial y la respuesta es, sin
duda, nada. Entonces, ¿por qué la “moral” lo ha anatematizado en forma tan
profunda y sistemática? Las razones no se encuentran en la sexualidad
propiamente tal, sino que hay que buscarlas en otras áreas, las cuales, veremos, no tienen ninguna relación directa con la sociedad, sino con aspectos intelectuales y filosóficos específicos y que, por provenir de individuos, no debieron haber tenido jamás un carácter universal.
Siempre han existido normas reguladoras de la actividad sexual en sociedad, las que no iban en contra de los instintos sino que los encauzaban de forma que no produjeran un daño y, de ser posible, colaboraran con el desarrollo armónico general. Estas normas se regulaban bajo un principio fundamental respetado en todo tiempo y que dice relación con nuestro derecho al cuerpo y a la intimidad del mismo. Por esa razón la homosexualidad no fue combatida, aunque el “afeminamiento” de los hombres era motivo de burla y desprecio por razones que nada tenían que ver con el sexo, sino con una condición natural del hombre para la guerra, además de la discrepancia que produce en el carácter del género. Nadie se extrañaba, en la antigüedad, que Sócrates “sirviera de mujer a Pericles”, que Julio César consiguiera su primer mando militar gracias a una felación que le hiciera a su tío Mario, o que Alejandro Magno compartiera su lecho con sus amigos(1). Alcibíades no fue censurado por su tendencia al libertinaje sino por haber mutilado las estatuas de los dioses. En Grecia, las hetairas (prostitutas) no eran despreciadas sino que, por el contrario, se les tenía aprecio y consideración, en especial cuando, como Aspasia, Tais o Friné, poseían además de gran belleza y artes sexuales, cultura y refinamiento. Solo se desconfiaba de ellas por ser, en su mayoría, “extranjeras”. Se hacía, eso sí, distinción profunda entre la esposa y la cortesana, no por razones morales, sino sociales y familiares, y que estaban en relación con el patrimonio, por la misma razón que lo hacían los sumerios quienes otorgaban a la mujer soltera derechos aún mayores de los que goza la mujer actual, prohibiéndoseles el matrimonio si se dedicaban a los negocios, aunque gozaban de entera libertad sexual. Los espartanos, soldados por excelencia, practicaban el homosexualismo en forma habitual. Existían entre los griegos normas legales que regulaban el homosexualismo y que establecían que un hombre podía tener relaciones sexuales con su mismo género, siempre que su pareja fuera mayor de doce años y menor de dieciocho. Si era menor de lo mínimo expuesto era considerado violación y penado fuertemente; si era mayor de 18, era considerado una impudicia. En todas las culturas antiguas el adulterio(2) era condenado pero no por motivos morales sino, como dijimos, por temor a crear conflicto en el patrimonio familiar, razón por la cual era común la práctica de la endogamia que, en muchos casos, llegaba al incesto(3).
Salvo pequeñas diferencias, las sociedades antiguas tenían regímenes sexuales similares, además de contar siempre con alternativas que permitieran, en forma controlada, la libertad en este aspecto. Existían fiestas sexuales como las Dionisíacas(4), donde la orgía constituía la ceremonia principal, o las festividades dedicadas a la diosa Bona, en Roma, de carácter lésbico, etc.
Es con la aparición del cristianismo que se produce un cambio radical aunque paulatino. San Pablo es quien da a la concupiscencia el carácter del pecado más temido y peligroso(5). Se inicia un período en que se hace exaltación del ascetismo y la castidad como las virtudes principales, acusando a las mujeres de ser las culpables de las tentaciones. Clemente de Alejandría llega a declarar que “toda mujer debería enrojecer de vergüenza de sólo de pensar que es mujer”. La continencia absoluta es el máximo signo de perfección. Evagrio exclamaba: “más vale la extinción de la especie que seguir cometiendo pecado tan abominable”. Se propaga la virtud de la virginidad(6). Todos estos signos hacían del matrimonio un “mal necesario”(7) pero recién en el siglo XI se logra imponer el celibato en el sacerdocio.
Todas estas atrocidades no fueron asumidas realmente por la sociedad, sino que dio origen a una hipocresía generalizada. En la Edad Media, época cúlmine del poder de la Iglesia Católica, las mujeres, especialmente las más pudientes, hacían de la infidelidad casi un deporte social(8). Esto llegó a tal extremo que en el siglo XII se establecieron en Francia los “tribunales del amor”, asambleas que fijaban las normas reguladoras de las relaciones entre los amantes. Se consideraba que la mujer reservaba su cuerpo para su marido, pero su alma para el amante, aunque nadie era tan ingenuo para pensar que los amantes fueran a conformarse con una relación tan ideal y platónica, como de hecho lo señala la historia. Existían normas sobre cómo debían relacionarse las damas con sus amantes a través de un complicado sistema. A escala popular, la promiscuidad sexual era aún mayor y muchas veces implicaba una necesidad de orden económico o consecuencia de la ignorancia.
Debido a las estrictas normas sexuales establecidas por la Iglesia Católica, que atentaban directamente contra una necesidad natural, el matrimonio cayó en una profunda crisis de desprestigio. A partir de las cruzadas, la Iglesia se vio en la necesidad de admitir cierta tolerancia en lo sexual, dando origen a la prostitución como comercio legal y que fue muy floreciente, llegando a alcanzar dimensiones impresionantes, a la vez que importancia social. Nacieron así las “casas de baño” para la burguesía, que derivaban normalmente en orgías. En Alemania era común que, en los banquetes oficiales, junto al alcalde del pueblo, se sentara el cura a su derecha y la dueña del principal prostíbulo a su izquierda. Como la Iglesia no pudo perseguir las conductas sexuales pues significaba hacerse impopular, desvió su atención al pensamiento, atacando fieramente toda manifestación original que pusiera en mínimo peligro los dogmas. Sin embargo, durante toda la edad media, el gusto por la literatura obscena y satírica era común. Muchos obispos, cardenales y hasta Papas, no solo la gustaban y protegían a sus autores sino que, además, escribían sobre el tema.
El libertinaje que se genera entre los siglos XVII y XVIII deja definitivamente claro que la Iglesia no tenía ningún poder para controlar la situación sino que, además, la mentalidad sexual había degenerado en una perversión malsana, acompañada de una hipocresía institucionalizada(9). El origen del libertinaje está dado por la pugna entre católicos y protestantes que se acusaban mutuamente de lujuriosos. Entonces nacen las primeras ideas que asimilan a Dios a la Naturaleza, algunos de cuyos promotores fueron condenados a la hoguera(10).
A pesar del puritanismo renaciente durante el siglo XIX, el avance de las Ciencias, especialmente de la biología, destroza todos los argumentos religiosos respecto de la sexualidad. Durante este siglo se inicia el desprestigio definitivo de la Iglesia, a partir del advenimiento de Napoleón. En el siglo XX su posición se ve neutralizada, tanto en su aspecto moral como político y económico, una vez que Mussolini se niega a restituir los Estados Pontificios, pagando, a cambio, una alta indemnización. Las sociedades se inclinan por la democracia política y, como consecuencia, la libertad sexual.
Hasta cierto punto, nos estamos acercando a las ideas y comportamiento de la antigüedad al considerar que el hombre es dueño de su cuerpo. La Iglesia había dado esa propiedad a Dios, pues así ella, su representante en la Tierra, pasaba a ser su tutora oficial, una de las falacias más canalla de todos los tiempos. Pero, como es imposible ir en contra de los designios naturales, la sociedad comienza a tender hacia una nueva concepción, aún no definida, donde la libertad sexual no destruya el orden social. Allí radica la justificación de este trabajo, pues lo que aquí se plantea es, precisamente eso: el orden moral que ha de regir la sociedad futura ha de sustentarse ineludiblemente sobre la base del conocimiento de nuestra Naturaleza y no en contra de ella.


-----------
1 Toda esta información se encuentra en las “Vidas Paralelas” de Plutarco y en otros autores que lo confirman.
2 Solo la mujer cometía adulterio. En Roma, un hombre podía tener relaciones con una mujer casada siempre que la «recompensara» económicamente. Si no lo hacía, el marido podía demandarlo.
3 Esta práctica, común en Egipto en toda la sociedad, se mantuvo en niveles aristocráticos hasta el siglo XIX.
4 Las mujeres transportaba en procesión los “falos” mientras entonaban himnos obscenos.
5 Este es un criterio estrictamente judío-oriental que entró en conflicto con las costumbres europeas, especialmente las del norte: germanas, escandinavas, eslavas.
6 Es necesario hacer aquí una aclaración importante referente a la supuesta virginidad de María, madre de Jesús. La palabra aramea utilizada para designarla como tal significa realmente “joven” y, por extensión, “virgen”, pero no en forma exclusiva ni perentoria.
7 San Agustín considera que las relaciones sexuales entre esposos constituye “pecado venial”.
8 Andrea Capellan:. De Amore.
9 Es quizás el Marqués de Sade el primero que hace notar esta situación y sus obras no son tanto un cúmulo de atrocidades, sino una manifestación preclara de la hipocresía reinante.
10 Lucilio Vanini, condenado en 1619, rechazó en la hoguera el crucifijo y el perdón de Dios, asegurando que no existía otra cosa que la Naturaleza.